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Carambola a 3 bandas

Sergio Torres Ávila

A 60 días del arranque de la campaña presidencial que se llevará a cabo el 1 de julio de 2018 en México, el juego está casi empatado a tres. Pocas veces como ahora, se perfilan tres contendientes que van parejos en las encuestas, mismos que arrancan con alguna posibilidad de triunfo si las circunstancias se acomodan.

Si observamos la fotografía del momento, esta nos anuncia que el 1 de diciembre de 2018 veremos ponerse la banda presidencial a Ricardo Anaya, de la coalición Por México al Frente (PAN – PRD – MC); a José Antonio Meade de la coalición Todos por México (PRI – PVEM – NA) o a Andrés Manuel López Obrador de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena – PT – PES). Existen otros tres candidatos independientes que luchan por colarse a la boleta: Margarita Zavala, Jaime Rodríguez y Armando Ríos, pero ninguno de ellos tiene posibilidades de triunfo si atendemos a todas las encuestas publicadas hasta ahora. Esto no implica que no representen un factor que jugará, a favor o en contra, de alguna de las opciones principales.

Una de las encuestas más recientes (MItofsky, 17 de enero), coloca a López Obrador arriba, con 23.6% de la intención de voto, a Ricardo Anaya segundo con 20.4% y a José Antonio Meade tercero con 18.2%. Los tres precandidatos independientes suman 10% de la intención de voto. Si consideramos que la diferencia en este momento es de solo 5.4 puntos porcentuales entre el primero y el tercero -y que 27.8% de los encuestados no declara preferencia- podemos afirmar que los tres candidatos líderes podrían alzarse con la victoria.

Para el ciudadano esto podría tener más ventaja porque más oferta significa más opciones. Para los candidatos, partidos y estrategas, el reto es más complejo, porque cada equipo de campaña tiene hoy dos rivales principales a vencer, no uno. Las cosas seguramente cambiarán durante los tres meses que dura la campaña constitucional (del 30 de marzo al 27 de junio). Muy probablemente lleguemos a las últimas semanas del proceso con dos candidatos principales compitiendo por la victoria. Pero hoy cada uno de los tres adelantados puede ganar si además de diseñar e implementar la estrategia adecuada, los otros dos contendientes establecen una mala estrategia, cometen errores o las dos cosas a la vez.

En esta ocasión, ganar significará obtener “un doble resultado que se alcanza con una sola acción”, que es una de las definiciones de carambola en el diccionario.  Esa “sola acción”, es la estrategia. Siguiendo la metáfora, aquel candidato que quiera ocupar la silla del águila a partir del 1 de diciembre de este año deberá diseñar una estrategia de campaña que haga sentido con el estilo francés del juego de billar, en el que, en cada tiro, además de golpear las dos bolas oponentes se deben tocar tres bandas de la mesa de juego. Y como saben los que lo hayan intentado, esto requiere mucho más que suerte. Hace falta cálculo del movimiento buscado para nuestra bola, entender de ángulos y efectos en geometría, de rotación y fuerza, analizar el posible comportamiento de las bolas contrarias y dosificar el tiro con la energía exacta. Nada  más y nada menos que un juego de estrategia.

Desde el punto de vista de los intereses de los lectores, esa “sola acción” para obtener el doble resultado buscado es la implementación disciplinada de una estrategia bien planeada y ejecutada con un sentido táctico muy oportuno. ¿Pero cómo controlar no solo el movimiento propio, sino también el de los adversarios?, ¿cómo adelantarse a los desplazamientos que puedan hacer otros actores en un mapa plagados de fuerzas que operan en direcciones diversas?, ¿cómo ser ofensivo y defensivo a la vez?, ¿cuándo adelantar?, ¿cuándo parar? Dar respuesta a estas y muchas más preguntas se vuelve pasión, cuando no obsesión, de los expertos dedicados a la estrategia política.

¿Qué podemos esperar de las estrategias de cada uno de los contendientes en la campaña presidencial? Con la fotografía que tenemos al momento, que es la de la  precampaña que comenzó el 14 de diciembre de 2017 y correrá hasta el 11 de febrero de 2018, podemos tener algunas observaciones puntuales sobre los planes y retos de cada candidato.

 

José Antonio Meade, la bola roja.

 

Agobiado por el desprestigio del PRI, principal miembro de la coalición Todos por México (PRI – PVEM – NA), el partido en el Poder Ejecutivo, así como por el desempeño del presidente Enrique Peña Nieto (el presidente peor evaluado desde que se tenga registro), José Antonio Meade, candidato de la continuidad lucha día a día con el lastre de la propia marca y de los escándalos de corrupción de esta administración y varios de sus gobernadores. La encuesta de Mitofsky revela que el PRI es el partido más rechazado, con 58.8% de los encuestados, 1.4% más que en diciembre pasado.

Este partido, protagonista como partido oficial de la construcción del México moderno, es también corresponsable del estado en que se encuentra la nación, con los más altos índices de corrupción, inseguridad y atraso económico de la OCDE, el club de países desarrollados al que México ingresó hace años y en el que se mantiene a la zaga en prácticamente todos los rubros. México hoy no acaba de despegar hacia el primer mundo mientras lo arrastran abajo lastres que se pueden adjudicar, entre otros, al partido del candidato de Todos por México.

Con un discurso que pretende presentarlo como ciudadano, ajeno a la militancia política (no ha estado afiliado a ningún partido), Meade, que ha sido funcionario de gobierno en dos administraciones y ha tenido relevancia en la actual como Secretario de Hacienda y Desarrollo Social, tiene un escenario muy complicado para remontar. Demarcarse del sistema político ha sido la estrategia, presentándose como un eficiente técnico, ajeno a la corrupción e impunidad por la que se ha destacado este gobierno. Una errática campaña que pretende darlo a conocer ante la ciudadanía (menos del 50% de la población lo conoce al día de hoy), ha estado a la defensiva o a la ofensiva, según el momento, atacando principalmente a López Obrador, quien lidera las encuestas desde hace meses.

¿Cuál debería ser su estrategia para lograr la carambola a tres bandas? Entre otras cosas, una campaña valiente que se comprometiera de verdad a combatir la corrupción, señalando con nombre y apellido a personajes todavía no tocados por las investigaciones judiciales, lo que implicaría romper con el actual gobierno y correr el peligro de perder los apoyos del gobierno federal y el apoyo del partido en un momento crucial en el que se necesita toda la experiencia en la operación electoral para lograr los votos suficientes que le den el triunfo. Sin duda, Meade es, el que tiene  el panorama más difícil y el reto mayor para convencer a la ciudadanía y ganar el juego.

 

Andrés Manuel López Obrador, la bola blanca (con el punto negro).

 

Esta es la tercera ocasión que el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena – PT – PES) se presenta a unas elecciones presidenciales, pero ahora con un partido hecho a la medida y forma de él: Morena. En las dos anteriores perdió, en 2006 por un estrecho margen y en 2012 más ampliamente. En ambas elecciones denunció un fraude en su contra. Ha mandado al diablo a las instituciones pero es beneficiario de un modelo electoral que le ha permitido mantenerse en campaña por más de una década.

Ante la crisis de legitimidad del sistema político en su conjunto, AMLO, como es conocido, ofrece un discurso antisistema que es atractivo para los jóvenes y las clases populares urbanas. Sin embargo, esto no le ha alcanzado en anteriores ocasiones, las encuestas dicen que posiblemente ahora si le alcance obtener la mayoría de votos.

Su estrategia, como hace muchos años, es presentarse como la única opción de cambio verdadero, ante la “mafia del poder” representada por el PRI y el PAN, el otro partido histórico de México y que encabeza la coalición Por México al Frente (PAN – PRD – MC). Acusado de populista y de simpatizante del chavismo venezolano, se declara nacionalista solamente. Su discurso es contradictorio y genera enormes reservas entre una amplia franja de la población, los empresarios y los organismos internacionales. Se pretende abanderado del cambio, pero su programa político y oferta de gobierno remiten a épocas pasadas, a un nacionalismo revolucionario que ya demostró su fracaso. Para muchos, López Obrador representa un cambio al pasado.

Si bien es el más popular hasta el momento, AMLO ha llegado a su tope, y necesita urgentemente una nueva estrategia para atraer sufragios de los sectores que normalmente no lo votaría. ¿Cuál debería ser su estrategia para lograr la carambola a tres bandas? Así como a Meade, para ser atractivo requeriría un valiente cambio de estrategia que logre, en este caso, conciliar con amplias capas de la población que no se sienten representadas por él. Sin embargo, dado el autoritarismo y la falta de autocrítica, característicos en el candidato, esto parece más un buen deseo que una posibilidad real.

 

Ricardo Anaya, la bola blanca.

 

Siendo el más joven de los candidatos punteros, Ricardo Anaya se presenta como el más fresco de los contrincantes políticos que aspiran a gobernarnos. Es artífice de una coalición electoral sui generis en el contexto de las elecciones presidenciales en México. Por primera vez, un partido de centro derecha, el PAN, y dos de centro izquierda, PRD y MC, se alían para obtener el poder con un programa de gobierno de coalición a la manera europea, que nos acercaría a un sistema semiparlamentario. Una evolución que suena atractiva después de siglos de presidencialismo que, en sus peores momentos, ha mantenido al país preso de la centralización y el autoritarismo.

Este “frente amplio”-la coalición Por México al Frente- sin duda es el enigma más interesante de la campaña, sin embargo, aún tiene mucho camino por recorrer para explicarnos a los mexicanos, y convencernos, de porqué y cómo funcionaría un experimento electoral. Ya existen referentes de alianzas PAN-PRD en varios estados. Gracias a esta labor encabezada principalmente por Anaya y su equipo político, el PAN hoy encabeza el gobierno en 12 estados de la república, la cifra más alta en sus 78 años de historia.

Desde el punto de vista de la estrategia de campaña, también este caso es el más atractivo como campo de creación política, porque implica el desarrollo de una narrativa fresca que abone a la unión de diversos segmentos sociales en pro de un objetivo superior: el bien de México. A diferencia de Meade y López Obrador, cuya estrategia es primordialmente defensiva, la de Anaya puede convertirse en aquella capaz de abordar todos los grandes problemas nacionales en positivo, inspirando a las masas a creer en que los cambios de fondo son posibles. El gran reto de esta opción electoral sin duda es apropiarse del concepto de cambio, que López Obrador con su larga historia detrás, no ha podido desmenuzar.

La de Anaya podría ser la verdadera carambola electoral de la elección 2018, que haría válida otra de las acepciones de esta palabra en el diccionario: el  “lance de caza que consiste en matar dos piezas de un solo disparo”. ¿Estará Anaya listo, con su juventud e inteligencia para lograrlo? Tiene solamente tres meses por delante para averiguarlo, porque si no logra articular el frente, darle unidad e inspirar a los mexicanos a sumarse, todo habrá acabado por esta elección. A diferencia del billar, donde pronto se puede volver a probar, para optar por las segundas oportunidades en este juego hay que esperar seis años para volver a intentarlo.

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